Practicar el bello arte de la Danza. Para muchos, el sacrificio de una vida desde 1970

La mañana es calurosa, a pesar de que son apenas las 8:00am; las aulas están desiertas, pero no silenciosas. A lo largo del pasillo puede distinguirse ese lugar del que proviene la música, donde los reflejos en cada uno de los espejos que conforman esta estructura, más allá de ser superficialidad, representan entrega, dedicación, disciplina, y por qué no: libertad, sueños, metas y parte importante de la vida de los y las alumnas que se encuentran dentro.

La belleza es clave indispensable y la estética aún más, todo debe ser perfecto, cada paso, cada ritmo, cada pieza, cada movimiento debe ser acorde con la coreografía, quien no lo haga bien debe repetirlo las veces que sea necesario, la exigencia es el pilar para sostener lo que debe lograrse, y aunque es difícil, nada es imposible.

Gina ya conoce el ritual. Aún concentrada, voltea de vez en vez para hablarnos sobre su carrera: “El arte es una forma distinta de expresar tus necesidades y sentimientos así como tus ideas y propuestas sobre la vida, lo que la danza te permite hacer mediante el cuerpo. Yo escogí esta profesión porque ninguna otra carrera te permite desarrollarte en el ámbito artístico”.

Las paredes cubiertas de espejos son originalmente de color durazno, representando tranquilidad. Este bloque es amplio, lo conforman veinte alumnos, cada uno refleja en su rostro una expresión distinta, algunos de sueño, otros de alegría, unos de seriedad, pero absolutamente todos de disciplina.

Las reglas son estrictas y respetables dentro del aula:

  • No recibir llamadas telefónicas
  • No comer
  • No platicar
  • No salir de la clase
  • Ser puntuales

 

Pero además, hay otra regla implícita, una de la que nadie habla, una a la que todos los bailarines se tienen que adaptar tan pronto se pongan las zapatillas de baile:

“Hoy en día los precios se han disparado demasiado, una clase en institución privada te cuesta alrededor de 1200 pesos. Tomando en cuenta que un bailarín debe entrenarse diario, debe tomar mínimo una clase a la semana.  Además, un 80% de los bailarines trabajan sin contrato”.

En su ensayo “Problemas e ideas en torno a la danza escénica mexicana en los setenta”, Margarita Tortajada nos describe la ambivalencia de la década en la que creció el número de bailarines -tanto estudiantes como maestros-, compañías y creatividad escénica, y proporcionalmente, la ineficiencia burocrática.

En nuestro país en la década de los setenta había crecido el número de bailarines y agrupaciones dancísticas (profesionales, semiprofesionales y amateurs), y se vivía un «renacimiento general» dancístico, que se expresaba en términos técnicos y de calidad artística, según el poeta Jaime Labastida. La danza se convertía en una actividad «popular», en el sentido de que tenía mayor aceptación por parte del público, y se incorporaba un mayor número de interesados en su práctica.

También el cronista Juan Alonso sostenía que había «más grupos que nunca», demostrando que la problemática de la danza no se refería a «capacidad creativa». Sin embargo, se tenía una «deprimente visión» del medio por la «carencia de estímulos, oportunidades y promoción», y apuntaba la necesidad de que las instituciones culturales aportaran ayuda económica y desarrollaran programas eficaces de difusión de los grupos existentes.

Esta recomendación por parte de los cronistas, y exigencia por parte de los bailarines, ha sido constante en la historia de la danza de este siglo en el mundo, pero de manera particular en México. Paradójicamente la compañía que más se quejó de ello en los setenta fue la oficial de danza clásica, a pesar de ser la única que recibía sueldos fijos y «elevados» comparativamente con los demás grupos. Otra que sí era seriamente afectada a pesar del prestigio que tenía en el medio fue el Ballet Nacional, cuya integrante Raquel Vázquez declaró en 1973 que las condiciones económicas de los bailarines eran «verdaderamente precarias, siempre tenemos hambre, no nos ajusta el dinero para comer». En el caso de su compañía, que recibía insuficiente subsidio del inba y la UNAM, debían aplicarlo a la renta del estudio y la producción de las obras, quedando «sueldos raquíticos» para los bailarines.

La realidad hoy en el siglo XXI no dista mucho. Los bailarines tienen que estudiar segundas carreras o trabajar simultáneamente, haciendo infinidad de sacrificios por el bien de su pasión. De acuerdo con Gina, además de pagar colegiatura como en cualquier otra carrera, hay que invertir en vestuarios y diversos materiales para sus presentaciones.

Como en todos las carreras no tienes un empleo, pero en este caso es más difícil porque la demanda en las compañías es poca, primero porque compañías como tales hay pocas y ya tienen a sus bailarines, y segundo porque por lo regular los coreógrafos trabajan por proyecto y no te aseguran una estabilidad al terminar éste, así que tendrías que seguir pagando tu entrenamiento”.

Transcurren los primeros minutos, el reloj marca las 8:10 am, la puerta se cierra y el proceso de calentamiento inicia. Cada uno de los músculos de su cuerpo comienzan a estirarse, la postura siempre debe ser firme, la mirada al frente, los movimientos de cabeza, manos, brazos, piernas son más que indispensables, la música va pasando de lenta a rítmica, de pronto la música se detiene, todos voltean a ver a la profesora, la cual se dirige a una de las alumnas que lo hace incorrectamente, a la cual la pone a realizar sola el ejercicio una y otra vez hasta que de nuevo la música continúa. Una vez concluida la primera rutina comienza el repaso de la coreografía.

Cuarenta y cinco minutos después, los alumnos no dejan de mirarse en los espejos siempre siguiéndose entre ellos, tratando de no equivocarse porque si eso sucede tendrá que repetirse todo de nuevo, la complicidad es su mejor aliado, todos comparten la misma pasión, la danza, la música, el arte, y el amor a lo que hacen.

A las 10:20 am, se otorga un receso de diez minutos, para tomar agua, ir al baño, o relajarse. Cada uno hace lo propio y a las 10:30 en punto se reanuda la clase. Se da fin a la coreografía y empiezan los ejercicios de relajación los alumnos respiran al compás unos de otros, «inhalen, exhalen” repite la profesora; estiran los músculos, se acuestan sobre tapetes en el piso, y finalmente las tres horas de clase concluyen con aplausos, de orgullo y satisfacción.

“En este momento yo trabajo, solo por las tardes, por lo mismo del entrenamiento y los ensayos que no me permiten desocuparme hasta después de las 2 de la tarde. Antes mis padres me ayudaban con la colegiatura y mis rentas, pero esto no sucede en todos los casos”, comenta Gina, antes de concluir.

“He sacrificado muchas cosas: estar cerca de la familia, reuniones, amigos, ambientes escolares e inclusive fiestas y desvelos, pero me gusta lo que hago, lo hago con pasión y para mí lo vale”. ¿Para cuántos es así? ¿Cuántos soportan y se quedan como se hacía en los 70? ¿Cuántos desertan? ¿Qué consecuencias trae consigo ser un bailarín frustrado?

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